Reseña: El viejo y el mar de Ernest Hemingway por Luis Muñoz
Lo más impresionante de esta obra es como Hemingway te mete en la piel del viejo Santiago sin que te des cuenta. Desde tu sofá es fácil sentir la brisa salada, el sol que quema, el hambre, la espera y la lucha. Y lo más fuerte es que no solo estás percibiendo sus sentidos sino que también te obliga a entrometerte en su incesable cabeza.
No sé si la intención del libro es enseñarte algo, o solo soy yo siempre tratando de encontrar mensajes ocultos, pero voy a empezar con los pájaros. No es que la naturaleza ayude al viejo directamente, pero me dio la impresión de que al observar a esos maestros “pescadores”, pudo ver lo que para su humanidad hubiera sido imposible. La naturaleza no es necesariamente nuestra amiga, pero si la observas puede servirte.
La soledad definitivamente pesa. El viejo extraña repetidamente al chico, lo necesita. No solo porque sus años ya no le dejan pescar solo, sino porque, al final, la compañía es todo. El esfuerzo físico agota, pero el desgaste mental, cuando no tenemos con quién esparcir y contrastar nuestros pensamientos, mata. Una de las temáticas principales del libro y al mismo tiempo una revelación de como Hemingway se percibía.
Una de las partes que más me afectó fue cuando el viejo, ya sin fuerzas, solo se pide a sí mismo mantener la cabeza despejada. Él sabe que si suelta la cuerda mental de su cordura, es capaz de sabotear su expedición. La mayoría de las veces el problema no es la realidad, sino cómo la imaginamos. El eterno veneno de los seres pensantes.
El co protagonista de esta historia definitivamente cautivó mi atención. El pez tan inmenso, tan majestuoso, tan hermano. Tanto que hizo cuestionar al viejo su propia moralidad. Sí, se valora la lucha, el último intento, la determinación y la maestría de la profesión, pero he dudado si capturar un pez demasiado grande vale la pena. Parece que solo atrae problemas. No te deja avanzar, te hunde, llama la atención de los tiburones… Al mismo tiempo, ¿qué más podía hacer Santiago? Quedarse en la orilla tampoco suena correcto y sí bastante aburrido.
¿Será que estamos tras la búsqueda de un pez demasiado grande como para poder traerlo a la orilla?
Más allá de la victoria o la derrota, hay premio en la experiencia misma de tomar decisiones y riesgos. Quizás el galardonado al Nobel, nos invita a cambiar de mentalidad, darle peso a la subida más que a la cima. La victoria puede durar mucho tiempo en la boca de los hombres, pero en la boca del victorioso se va tan rápido como el sabor de un chicle después de 4 masticadas.
El expertise de Hemingway en pesca permite una frialdad al lector inusual. Capturar con engaños a animales hambrientos no se siente bien en un diario vivir, pero en la obra es la única opción. Todos esos minúsculos detalles sobre la proa, el cebo, el sedal y la técnica para matar, te hacen sentir un aprendiz. A medida que el libro avanza, la pesca se vuelve más natural y el matar deja de sonar violento. Pero al mismo tiempo, cuando la pareja de dorados es separada y los pescadores sienten tristeza, recuerdas que al corazón no se le puede engañar. Seguro comeríamos menos atún si nosotros tuviéramos que darles ese golpe final de gracia.
Llegando a las últimas páginas, el llanto del chico me conmovió inesperadamente. Me sentí nieto, un espectador de la vejez (por el momento). Comprendí por qué la gente mayor se levanta cada vez más temprano. Más posibilidades de sentir menos soledad, quizás.
Al final, no era el pez lo que importaba. Era lo que aliviaba su mente cuando la lucha se ponía difícil. Eso sí, no hay manera de saber qué aparecerá en tu cabeza para darte fuerza si no has decidido ir a por una batalla digna de tus posibilidades.
Una obra corta, fácil de leer, pero con el trasfondo de un hombre atormentado.
Luis (@luismunozd)
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